spanish by Choice/Novelas Cortas 09

From Lojban
Jump to navigation Jump to search

 

Novelas Cortas: ¡Viva el Papa! pt. 2


Introduction

Second part of the short story “¡Viva el Papa!,” which appears in the book “Novelas Cortas” by Pedro Antonio de Alarcón with notes by W.F. Giese. LibriVox recording read by Karen Savage.

Audio File


Text

III

El día 17 de Mayo de ese mismo año de 1809 dió Napoleón un decreto, por el que[49-1] reunió al Imperio francés los Estados pontificios, declarando a Roma[49-2] ciudad imperial libre.

El pueblo romano no se atrevió a protestar contra esta medida; pero el Papa la resistió pasivamente desde su palacio del Quirinal,[49-3] donde aun contaba con(149) algunas autoridades y su guardia de suizos.

Sucedió entonces que unos pescadores del Tiber cogieron un esturión y quisieron regalárselo al Sucesor de San Pedro. Los franceses aprovecharon esta ocasión para dar el último paso contra la autoridad de Pío VII; gritaron: ¡al arma!; el cañón de Sant-Angelo[49-4] pregonó la extinción del gobierno temporal de los Papas, y la bandera tricolor[49-5] ondeó sobre el Vaticano.

El Secretario de Estado, cardenal Pacca (que sin duda era el sacerdote que V. encontró con Pío VII), corrió al lado de Su Santidad; y, al verse los dos ancianos, exclamaron: Consummatum est![49-6]

En efecto: mientras el Papa lanzaba su última excomunión contra los invasores, éstos penetraban en el Quirinal, derribando las puertas a hachazos.[49-7]

En la Sala de las Santificaciones[49-8] encontraron a cuarenta suizos, resto del poder del ex Rey de Roma,[49-9] quienes los dejaron pasar adelante por haber recibido orden de no oponer resistencia alguna.

El general Radet, jefe de los demoledores, encontró al Papa en la Sala de las Audiencias ordinarias, rodeado de los cardenales Pacca y Despuig y de algunos empleados de Secretaría. Pío VII vestía roquete y muceta;[50-1] había dejado su lecho para recibir al enemigo, y daba muestras de una tranquilidad asombrosa.

Era media noche. Radet, profundamente conmovido, no se atreve a hablar. Al fin intima al Sumo Pontífice que renuncie al gobierno temporal de los Estados romanos.[50-2] El Papa contesta que no le es posible hacerlo, porque no son suyos, sino de la Iglesia, cuyo administrador lo hizo la voluntad del Cielo.... Y el general Radet le replica mostrándole la orden de llevarlo prisionero a Francia.

Al amanecer del siguiente día salía Pío VII de su palacio entre esbirros y gendarmes, saltando sobre los escombros de las puertas, sin más comitiva que el cardenal Pacca, ni más restos de su grandeza mundanal que un papetto, moneda equivalente a cuatro reales de vellón,[50-3] que llevaba en el bolsillo.

En las afueras de la puerta del Popolo[50-4] lo esperaba una silla de posta, a la cual le hicieron subir, y después de esto cerraron las portezuelas con una llave, que Radet entregó a un gendarme de caballería.

Las persianas del lado derecho, en que se sentó el Papa, estaban clavadas, a fin de que no pudiese ser visto....

IV

—¡En esa silla lo encontré yo!...—¿Ven ustedes cómo no miento?

—Hace V. bien en interrumpirme, Capitán; porque yo he terminado, y el resto queremos oírlo de labios de V....

—Pues voy allá,[50-5] señores míos.

Íbamos diciendo(150) que Pío VII y el cardenal Pacca (¡mucho me alegro de haber llegado a saber su nombre!) estaban sentados en el portal de la casa de postas; que el pueblo se había agrupado en la calle; que los gendarmes le impedían el paso, y que nosotros los españoles conseguimos acercarnos tanto a la puerta, que veíamos perfectamente a los dos augustos sacerdotes.

Pío VII fijó casualmente la vista en nosotros, y sin duda conoció, por nuestros raros y destrozados uniformes, que también éramos extranjeros y cautivos de Napoleón.... Ello fué[51-1] que, después de decir algunas palabras al Cardenal, clavó en nosotros una larga y expresiva mirada.

En esto sonó allí cerca un fandango, divinamente tocado y cantado por los tres compañeros nuestros, que volvían ya con las boletas para alojarnos....

Creo haberos dicho que habíamos comprado dos guitarras antes de abandonar a Cataluña;[51-2] y si se me ha olvidado[51-3] decíroslo, os lo digo ahora.

Al oír aquel toque y la copla que le siguió, el Papa levantó otra vez la cabeza, y nos miró con mayor interés y ternura.

El italiano, el músico, había reconocido el canto.

¡Ya sabía que éramos españoles!

Ser español, significaba en aquel tiempo mucho más que ahora. Significaba ser vencedor del Capitán del siglo; ser soldado de Bailén y Zaragoza;[51-4] ser defensor de la historia, de la tradición, de la fe antigua; mantenedor de la independencia de las naciones; paladín[51-5] de Cristo; cruzado[51-6] de la libertad. —En esto último nos engañábamos.... Pero ¡cómo ha de ser!—¿Quién había de adivinar entonces, al defender a D. Fernando VII[51-7] contra los franceses, que él mismo los llamaría al cabo de catorce años y los traería a España en contra nuestra,[51-8] como sucedió en 1823?...—En fin; no quiero hablar..., ¡pues hay cosas que todavía me encienden la sangre!

El caso fué, volviendo a mi relato, que el rostro del Papa se cubrió de santo rubor al considerar nuestra desventura y recordar el heroísmo de que España estaba dando muestras al mundo..., y que el más puro entusiasmo chispeó en sus amantísimos ojos....—¡Parecía que aquellos ojos nos besaban! Nosotros, por nuestra parte, comprendiendo toda la predilección que nos demostraba en aquel momento el Sumo Pontífice, procurábamos expresarle con la mirada, con el gesto, con la actitud, nuestra veneración y piedad, así como el dolor y la indignación que sentíamos al verlo preso y ultrajado por sus malos hijos....—Casi instintivamente nos quitamos los morriones (cosa que chocó mucho a los franceses, los cuales seguían con sus gorros[52-1] encasquetados), y nos llevamos la mano derecha al corazón como quien hace[52-2] protestación de su fe.

El Papa levantó los ojos al cielo y se puso a rezar.—¡Sabía que una bendición de su mano podía atraer sobre nosotros la cólera del pueblo impío que nos rodeaba, como nosotros sabíamos que un grito de ¡viva el Papa! podía empeorar la situación del beatísimo prisionero!—¡Mostrábanse tan orgullosos los franceses que nos rodeaban al ver aquel supremo triunfo de la Revolución sobre la autoridad!... ¡Creían tan grande a la Francia en aquel momento!

En esto se abrió paso por entre la muchedumbre, y apareció en el cuadro que habían despejado los gendarmes, una mujer del pueblo, mucho más anciana que el Pontífice: una viejecita centenaria, pulcra y pobremente[52-3] vestida,(151) coronada de cabellos como la nieve, trémula por la edad y el entusiasmo, encorvada, llorosa, suplicante, llevando en las manos un azafate de mimbres secos lleno de melocotones, cuyos matices rojos y dorados se veían debajo de las verdes hojas con que estaban cubiertos....

Los gendarmes quisieron detenerla.... Pero ella los miró con tanta mansedumbre; era tan inofensiva su actitud; era su presente tan tierno y cariñoso; inspiraba su edad tanto respeto; había tal verdad en aquel acto de devoción; significaba tanto, en fin, aquel siglo pasado, fiel a sus creencias, que venía a saludar al Vicario de Jesucristo en medio de su calle de Amargura,[52-4] que los soldados de la Revolución y del Imperio comprendieron o sintieron que aquel anacronismo, aquella caridad de otra época, aquel corazón inerme y pacífico que había sobrevivido casualmente a la guillotina, en nada aminoraba ni deslucía los triunfos del conquistador de Europa, y dejaron a la pobre mujer del pueblo entrar en aquel afortunado portal, que ya nos había traído a la memoria otro portal, no menos afortunado, donde unos sencillos pastores hicieron también ofrendas al Hijo de Dios vivo....

Comenzó entonces una interesante escena entre la cristiana y el Pontífice.

Púsose ella de rodillas, y, sin articular palabra, presentó el azafate de frutos al augusto prisionero.

Pío VII enjugó con sus manos beatísimas las lágrimas que inundaban el rostro de la viejecita; y cuando ésta se inclinaba para besar el pie del Santo Padre,[53-1] él colocó una mano sobre aquellas canas humilladas, y levantó la otra al cielo con la inspirada actitud de un profeta.

—¡VIVA EL PAPA!—exclamamos entonces nosotros en nuestro idioma español, sin poder contenernos....

Y penetramos en el portal resueltos a todo.

Pío VII se pone de pie al oír aquel grito, y, tendiendo hacia nosotros las manos, nos detiene, cual si(152) su majestuosa actitud nos hubiese aniquilado.... Caemos, pues, de rodillas, y el Padre Santo nos bendice una, otra y tercera vez.

Al propio tiempo álzase en la puerta y en toda la Plaza como un huracán de gritos, y nosotros volvemos la cabeza horrorizados, creyendo que los franceses amenazan al Sumo Pontífice....—¡Lo de menos[53-2] era que nos amenazasen a nosotros!—¡Decididos estábamos a morir!

Pero ¡cuál fué nuestro asombro al ver que los gendarmes, los hombres del pueblo, las mujeres, los niños..., ¡todo Montelimart! estaba arrodillado, con la frente descubierta, con las lágrimas en los ojos, exclamando:

Vive le Pape![53-3]

Entonces se rompió la consigna: el pueblo invadió el portal y pidió su bendición al Pontífice. Éste cogió una hoja verde de las que cubrían el azafate de melocotones que seguía ofreciéndole la anciana, y la llevó a sus labios y la besó.

La multitud, por su parte, se apoderó de los frutos como de reliquias; todos abrazaron a la pobre mujer del pueblo; el Papa, trémulo de emoción, atravesó por entre la muchedumbre, nos bendijo otra vez al paso, y penetró en la silla de posta; y los gendarmes, avergonzados de lo que acababa de pasar, dieron la orden[54-1] de partir.

En cuanto a nosotros, durante todo aquel día no fuimos en Francia prisioneros de guerra, sino huéspedes de paz.

Conque... he dicho.

V

—¡Aun queda algo que(153) decir!...—(exclamó el mismo que contó poco antes lo acontecido en Roma.) ¡Óiganme Vds. a mí un momento!

En 1814, cinco años después de la escena referida por el Capitán, la fuerza de la opinión de toda Francia obligó a Napoleón Bonaparte a poner en libertad a Pío VII.

Volvió, pues, el Sumo Pontífice a recorrer el mismo camino en que le habían encontrado los prisioneros españoles, y he aquí cómo describe Chateaubriand[54-2] la despedida que hizo Francia al sucesor de San Pedro:

«Pío VII caminaba en medio de los cánticos y de las lágrimas, del repique de las campanas y de los gritos de ¡Viva el Papa! ¡Viva el Jefe de la Iglesia!... En las ciudades sólo quedaban los que no podían marchar, y los peregrinos pasaban la noche en los campos, en espera de la llegada del anciano sacerdote. TAL ES, SOBRE LA FUERZA DEL HACHA[54-3] Y DEL CETRO, LA SUPERIORIDAD DEL PODER DEL DÉBIL SOSTENIDO POR LA RELIGIÓN Y LA DESGRACIA.»


Guadix, 1857.


Notes

(The first figures refer to the original pages of text, and second figures to the reference figures in text).

49-1: por el que: el que, la que, etc., are frequently used as pure relatives with the value of el cual, etc.

49-2: a Roma: cf. note a España, p. 35, 11. Rome was the capital of the estados pontificios, which included a large part of Italy. In the papal states the Pope exercised temporal as well as spiritual power.

49-3: Quirinal: cf. note p. 36, 4.

49-4: Sant-Angelo: (Italian), a fortified castle on the Tiber at Rome, defending the papal palace, the Vatican.

49-5: bandera tricolor: the tri-colored flag, the red, white, and blue flag adopted in France at the time of the Revolution.

49-6: consummatum est: (Latin), it is finished (the last words of Christ on the cross).

49-7: hachazos: cf. note pistoletazo, p. 18, 3.

49-8: Sala de las Santificaciones: one of the apartments of the Vatican.

49-9: el Rey de Roma: i.e. the Pope.

50-1: roquete y muceta: rochet (surplice with narrow sleeves) and purple mantle (worn over the rochet).

50-2: estados Romanos: cf. note a Roma, p. 49, 2.

50-3: cuatro reales de vellón: four reales make a peseta, approximately of the same value as the papetto (Italian), a papal coin worth a little more than a lira or approximately twenty cents of our coin.

50-4: puerta del Popolo: (Italian: Porta del Popolo) one of the gates of Rome.

50-5: voy allá (or allá voy): I am coming to that.

51-1: Ello fué: cf. note ello es, p. 6, 1.

51-2: a Cataluña: cf. note el Principado, p. 16, 9, and note a España, p. 35, 11.

51-3: se me ha olvidado: I have forgotten.

51-4: Bailén: a city of southern Spain (Andalusia), the scene of a signal victory of the Spanish over the French, who capitulated to the number of 20,000 (1808). Zaragoza, a city in northeastern Spain (Aragon), the scene of two sieges (1808-1809), the Spanish holding out with desperate heroism against the French invaders, and only surrendering after 50,000 of themselves had perished.

51-5: paladín: this term was applied to the knights of Charlemagne, and by extension, to any knight errant, or chivalrous and warlike hero.

51-6: cruzado: crusader (from cruz, cross, which was worn as a badge).

51-7: Fernando VII: cf. note Fernando, p. 34, 5. Ferdinand welcomed the intervention of the French in Spain to support him in his absolutism against the advanced party, which clamored for constitutional liberties. The French expedition (1823) was completely successful, the resistance being so slight that the French describe the invasion as a promenade militaire.

51-8: en contra nuestra: in opposition to us.

52-1: seguían con sus gorros encasquetados: kept on their caps (lit. continued with, etc.).

52-2: como quien hace: like (one) who makes.

52-3: pulcra y pobremente: neatly though poorly. When two or more adverbs ending in mente are joined by a conjunction, the first one loses this termination.

52-4: calle de Amargura: the Via Dolorosa, or road passed over by Jesus bearing the cross to the place of crucifixion.

53-1: Santo Padre: holy Father, i.e. the Pope, while Padre Santo is one of the Fathers of the church, as Saint Augustine, etc.,—a distinction not always observed,—cf. line 22.

53-2: Lo de menos: a far less important matter.

53-3: Vive le Pape: (French) long live the Pope.

54-1: la orden: cf. note orden, p. 39, 1.

54-2: Chateaubriand (1768-1848): a great French writer. He chose to be a kind of official paladin of Catholicism.

54-3: del hacha: cf. note al ave, p. 25, 3.


Idiomatic Commentary

149. Cuento con él. — I count on him.

(Review 83).

150. Como íbamos diciendo. — As we were saying.

(Review 83, 133, 53, 113, 98, 80).

(Review 53, 29, 133, 74, 80, 99, 61).

151. Se vestía lujosa y elegantemente. — He dressed luxuriously and elegantly.

(Review 3, 53, 135, 113).

152. Cual si hubiese visto. — As if he had seen.

(Review 88, 113, 81, 12, 77).

153. No tengo nada que hacer. — I have nothing to do.

(Review 40, 53, 32, 61).


 

← Novelas Cortas 08 spanish by Choice/Novelas Cortas 09 Novelas Cortas 10 →